La guardé para nuestro encuentro, no 40, sino 12 años después


Recuerdo –como si hubiera sido ayer- que estaba escribiendo el último capítulo de la serie cuando sonó el teléfono en mi escritorio y reconocí al instante la voz radiante de Martina Fonseca (cielos! Se tenía que llamar así):

-¿Alo?

Abandoné el artículo en mitad de la página por los tumbos de mi corazón, y atravesé la avenida para encontrarme con ella en el hotel Continental después de 12 años sin verla. No fue fácil distinguirla desde la puerta entre las mujeres que almorzaban en el comedor repleto, hasta que ella me hizo una seña con el guante. Estaba vestida con el gusto personal de siempre, con un abrigo de ante, un zorro marchito en el hombro y un sombrero cazador, y los años empezaban a notársele demasiado en la piel de ciruela maltratada por el sol, los ojos apagados, y toda ella disminuida por los primeros signos de una vejez injusta. Ambos debimos darnos cuenta de que 12 años eran muchos a su edad, pero lo soportamos bien. Había tratado de rastrearla en mis primeros año en Barranquilla, hasta que supe que vivía en Panamá, donde su vaporino era práctico del canal, pero no fue por orgullo sino por timidez que no le toqué el punto.

Creo que acababa de almorzar con alguien que la había dejado sola para atenderme la visita. Nos tomamos 3 tazas mortales de café y nos fumamos juntos medio paquete de cigarrillos bastos buscando a tientos el camino para conversar sin hablar, hasta que se atrevió a preguntarme si alguna vez había pensado en ella. Sólo entonces le dije la verdad: no la había olvidado nunca.(…) Su despedida había sido tan brutal que me cambió el modo de ser…

Vivir para contarla
Gabriel García Márquez

Soy una mujer en construcción

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