La hacienda vieja


No sé qué es más bello: tu imagen en mi mente o tu alegría, grandiosa la fortuna que la ha creado, como te ha creado a ti.

Tuve un sueño hermoso. En él llegaba a un lugar que parecía ser como una hacienda antigua. Había en la entrada dos arcos enormes de piedra histórica, maltratada por el paso del tiempo. Una fiesta esperaba al interior del lugar, así que apresuraba el paso para entregarme a la sorpresa de mirar tanta gente como nunca había imaginado.

Muchos se acercaban a saludarme como si fuéramos amigos de hace años. De pronto llegabas tú, habías caminado detrás de mí sin que me diera cuenta, como era tu costumbre y cuando ya te encontrabas cerca, tomabas mi cintura entre tus brazos largos, como te gustaba hacerlo. Yo reaccionaba igual que siempre, asustándome y luego me sorprendía encontrar de nuevo mi mano atada a la tuya. Entrábamos al salón.

Todos nos conocían y es extraño porque no hay nadie que yo conozca que sepa de ti ni nadie que tú conozcas que sepa de mi. No sé qué pasó con la fiesta, porque de pronto tú y yo estábamos solos en la oscuridad, cerca de los enormes arcos. Volvías a tomar mi cintura y casi me obligabas a acostarme sobre el pasto.

Me resistía a volver a tenerte cerca, así que luchabas porque no me soltara. De pronto caíamos, yo encima de ti y tú seguías sosteniéndome de la cintura y no me dejabas pararme. Me rendía ante la frustración de no poder luchar contra tu fuerza y terminaba recostada contigo, en el pasto.

Me ponía junto a ti y tú seguías abrazándome, como la última vez que estuvimos juntos. Entonces sucedía: yo comenzaba a decirte muchas cosas y tú seguías sosteniéndome por la cintura. No recuerdo todo lo que te decía, pero era algo que de alguna forma me tranquilizaba.

Entre mis recuerdos, escucho mi propia voz despidiéndome de ti. Te decía que entendía por qué te habías ido. Te decía lo mucho que significaba tu llegada a mi vida y lo mucho que te quería. Lo mucho que me dolía que no fueras para mí pero que entendía que no podíamos estar juntos. Sentía tanto dolor al hablar pero al mismo tiempo una paz extraña. Te decía adiós.

No contestabas nada. El silencio me mantenía atrapada a tus ojos hermosos y sentía como dejabas de apretar mi cintura. Me soltabas tan sutilmente... poco a poco, mientras yo te seguía diciendo adiós y entonces te esfumabas, volabas como arena cuando sopla el viento en la playa y así, con tus brazos de tierra del desierto, acariciabas mi cuerpo por última vez hasta que ya no estabas, hasta que me quedaba sola recostada en el pasto de la hacienda vieja con arcos enormes.

1 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas 14 de enero de 2011, 11:21  

Me recordó la escena de Match Point, de Woody Allen, en la que Scarlett se da unos besos y algo más con el tenista sobre el pasto, en plena lluvia. Saludos, Wera.

Soy una mujer en construcción

Seguidores

Buscar este blog